domingo, 24 de mayo de 2009

Cuba.



Querido Pablo: No sé cómo empezar esta carta. Estarás pensando que me quedé en Cuba o que los feroces barbudos me mataron. Pues no, nada de eso. Te voy a explicar lo que ocurrió. Recibí tu última carta pocos días antes de salir para La Habana, y no tuve tiempo de contestarla. Desde Cuba era imposible escribirte, porque... ya sabes por qué. Bueno, a pesar de lo que me decías en tu carta, y de las garantías que me dabas para un posible viaje a New York, te imaginarás que una vez en La Habana comprendí que eso era imposible. La situación es demasiado tensa para ir de Cuba a los Estados Unidos sin posibles consecuencias catastróficas. Además, apenas estuve un mes, y aproveché cada minuto para conocer la isla y sus habitantes. Luis Buñuel me había invitado a ir a México a pasar unos días en su casa, y tampoco quise ir. Cuando llegas a Cuba, ya no te quieres mover de ahí. No te imaginas con qué tristeza tomé el avión para volver a Europa. Y te digo francamente que si ya no fuera demasiado viejo para esas cosas, y no amara tanto a París, me volvería a Cuba para acompañar la revolución hasta el final. Personalmente creo que las cosas van a terminar mal, muy mal, y no será por culpa de los cubanos, sino del resto de América, empezando por los USA y siguiendo por todas las "repúblicas" democráticas (democratic my foot) de América latina. Los cubanos pueden haber cometido errores, pero los cometieron cuando se vieron contra la pared, cuando nadie quería comprarles el azúcar, cuando los USA les negaron el petróleo. Me hace gracia que los yanquis se tiren de los pelos pensando en que los "reds" han dominado Cuba. Si el State Department hubiera tenido un poco más de inteligencia, eso no hubiera sucedido. ¿A quién podían pedir auxilio los cubanos cuando se vieron contra la pared? Etc., etc. Pero yo no sé nada de política, y no quiero hablar de eso. En cambio quiero decirte que el pueblo cubano me pareció maravilloso. Un pueblo alegre, comprendes, confiado en sí mismo, dispuesto a hacerse matar por Fidel Castro, y al mismo tiempo sin odio contra sus enemigos. Te va a parecer mentira, pero es así. Los cubanos no odian a nadie, y no tienen miedo a nadie. Son como niños en muchos aspectos; juegan, se ríen, trabajan bailando, cantan. Pero a la hora de la Bay of Pigs, ya has visto de lo que son capaces. El pueblo da una sensación de alegría y de seguridad en sí mismo que me maravilló. Los descontentos son siempre los que se han perjudicado en sus intereses, "los que piensan con la barriga", como dijo Fidel. Por ejemplo, en La Habana, los propietarios y los mozos de los restaurantes no apoyan la revolución. ¿Por qué? Porque recuerdan los dólares que ganaban con el turismo que venía de Miami. Siempre que encuentras un descontento, apenas averiguas un poco ves que sus motivos son "de barriga", money, money, money. Pero cuando hablas con el pueblo, con la gente de la calle, con los campesinos, con los obreros de las centrales azucareras, encuentras la alegría y la confianza. Lo que más me impresionó fue la campaña de alfabetización: ese pueblo sabe leer y escribir, y está orgulloso de haber aprendido. Hicimos un viaje en auto por toda la isla (con plena libertad, hablando con quien nos daba la gana, entrando en las casas, comiendo en restaurantes populares) y vimos cómo los "guajiros" (peasants) se sienten hombres, y no esclavos. ¿Tú sabías que en tiempos de Batista, el barrio de los ricos en La Habana estaba defendido por hombres armados y cadenas que cerraban las calles por la noche? Nadie podía entrar allí, y sobre todo si era de piel oscura. Ahora en esos palacios viven los estudiantes becados por el gobierno. Pero quizá lo que más me impresionó en Cuba fue el apoyo de los intelectuales a la revolución. Salvo dos o tres que se fueron, todos los escritores y los artistas apoyan al gobierno. Y no con meras palabras, sino trabajando para la revolución, alfabetizando, haciendo magníficas ediciones, escribiendo y traduciendo libros. Alejo Carpentier, nada menos, es el director de la Editora del Estado. Nicolás Guillén es el poeta de la revolución. Los conocí a todos, los oí hablar, escuché sus críticas (porque las críticas abundan, pero no son negativas, siempre proponen algo constructivo), y me convencí de que una revolución que tiene de su parte a todos los intelectuales, es una revolución justa y necesaria. No puede ser otra cosa, no puede ser que centenares de escritores, poetas, pintores y músicos estén equivocados. El gran peligro en Cuba (y Castro, el Che Guevara y la mayoría de los intelectuales lo saben) es el comunismo "duro", de corte stalinista. Si esa tendencia triunfara en Cuba, la revolución estaría perdida. Hasta ahora Fidel ha conseguido eliminar a los "duros", y apoyarse en el sector moderado del comunismo. ¿Pero lo conseguirá siempre? Ese es el drama, sin contar la falta de máquinas, de piezas de repuesto, de medicamentos, y mil inconvenientes derivados del bloqueo. Lo maravilloso es que a pesar de todo eso los cubanos estén tan contentos y felices. Un poeta (que te conoce y que te mandará un libro suyo, se llama Antón Arrufat, y es un muchacho estupendo) me dijo: "Chico, esto no puede durar, los yanquis se las arreglarán para liquidarnos. Pero entre tanto estamos vivos, y vivir es hermoso, y por eso nos haremos matar hasta el último". Cuando oyes cosas así, te quedarías para siempre en Cuba. (...)



Julio Cortazar a Paul Blackburn (1963).

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